lunes, 18 de junio de 2007

 

La chica triste

Hola de nuevo. ¿No queríais caldo? Pues tomad dos tazas.

Bueno, pues en este os quiero contar una de esas cosas que levantan la moral. El otro día iba volando de vuelta a España, y yo, como siempre haciendo de perrete, me senté en ventanilla y puse mi chaqueta y la mariconera en el asiento de enmedio para disuadir a la gente de sentarse ahí y joderme la siesta.

Sin embargo, el vuelo iba petado y al final se sentó a mi lado una chiqueja jovencilla, bastante guapa, por cierto. El caso es que en cuanto eso se puso a volar, y pitó la señal de poder encender los dispositivos electrónicos, me desperté de la cabezada pre-despegue y, al ir a enchufarme la música, me fijé que la chica en cuestión estaba llorando e intentando buscar distracciones para no hacerlo.

Tras un buen rato de vuelo, y ver que a la pobre chica no le cesaba la aflicción, decidí ponerme el traje de Supercoco e intentar darle conversación para animarla un poquillo.

Resulta que era una estudiante de último año que volvía a España tras un año de Erasmus, habiendo dejado amigos y un noviete a los que cree que no volverá a ver. Típica historia de despedidas, vamos.

No creo que nos volvamos a ver, y ya casi se me olvidó su nombre (Natalia, si no recuerdo mal), pero lo que nunca se me olvidará es la sonrisa que me regaló al aterrizar y la sinceridad con que me dio las gracias por el rato que pasamos hablando y logré animarla para que no viese las cosas tan negras.

Eso me hizo recordar una peli, "Cadena de favores", de Kevin Spacey y el niño del 6º sentido (sí, ese crío que aunque tenga nombre siempre se le llamará así), no sé si la habéis visto, pero en caso contrario, os la recomiendo, aunque no sea una obra maestra. La peli viene a decir que si todos intentamos hacer algo bueno por dos personas, aunque sea una chorrada, y éstas a su vez intentan hacerlo por otras dos más, todos viviremos mejor. Intentadlo, la sensación de echar un cable a un desconocido es muy grande.

Me mola ser bueno. Que les den a los cabrones. :-)

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See you in another life, brother!

Hola de nuevo. Sé que algunos me echabais de menos, sé que otros ya no apostaban por que volviese a escribir aquí, y sé que otros tantos esperabais que llegase este momento para ver alguna novedad.

Lo primero, a los que seguíais mis andanzas por esas tierras de dios, os pido disculpas por haber dejado esto de lado tanto tiempo, pero han sucedido muchas cosas en mi vida en estos meses, y, en ocasiones por falta de tiempo, en ocasiones por desidia o dejadez, no he mantenido esto actualizado todo lo que hubiera deseado.

Este artículo se podía llamar Nächste Station: Wien!! o Neste stasjon: Oslo!!, o incluso Következõ pályaudvar: Budapest!!, pero quiero romper un poco la tónica y hacer algo distinto.

Para empezar por orden cronológico, y como habréis averiguado ya, os diré que me pasé por Viena, un pedazo de capital imperial, y se deja notar. Creo que es la ciudad más bonita de todas las que he visto, tiene un encanto especial que uno no debería perderse en esta vida.

Mmmmm, no, no me mola como he empezado este artículo. Se nota que me estoy oxidando. Dejaré dicho simplemente que Viena me gustó un huevo, pero paso de describir la ciudad porque tampoco quiero que mi blog se convierta en la guía Lonely Planet.

Muchas cosas han pasado en mi vida desde la última vez que escribí. Ya no hay nieve en Milton Keynes, ni regresión a la infancia como apuntaba Rabanero en algunos comentarios a mis artículos.

Por mi casa pasaron buenos amigos como ese pedazo de Navas (la verdad es que Londres no es lo mismo desde que dejó su huella aquí, jejeje), o mis padres, que me hicieron una visita que me hacía bastante ilusión, la primera que me hacen en el año y pico que llevo aquí.

También cumplí alguna promesa que hice en este blog hace algunos meses, y cumplir esa promesa ha hecho que me dé cuenta que uno no puede planearse la vida y esperar que todo salga según los planes. Cuando crees que tienes todo atado, que tu karma (toma ya, ¿a qué no os esperabais esa?) está en paz, y que no deseas que nada quebrante tu calma, suele ocurrir algo que trastoca todo.

Quizá en eso radique el sentido de la vida, en ir adaptándose a los inevitables cambios que sobrevienen, de la mejor manera posible. Algunos de esos cambios, como el que me ocurrió allá por marzo, te hacen pensar que esta vida es realmente algo increíble, y que hay personas que hacen que sientas que, aunque pongas todo tu empeño en hacer un enorme castillo de arena, puede que se te pire la pinza y desees desmontarlo para hacer otra cosa.

Supongo que muchos de vosotros, sobre todo los que me conocéis, sabréis por dónde van los tiros de lo que cuento, pero aún así es algo que necesito expresar. En este tiempo he pasado por muchos estados de ánimo, desde el mejor hasta el peor por el que puede pasar alguien, y, si os digo la verdad, no los cambiaría por nada del mundo, ninguno de ellos, ya que mirando atrás he visto que me han hecho crecer como persona.

El primero de ellos fue la rabia conmigo mismo de no escribir el artículo de Viena, y, como uno es cuadriculado y no me gusta dar el paso 2 antes del 1, lo fui dejando y dejando hasta que pudiese escribirlo, que para eso me hacían falta las fotos de Paquico, tío cabrón que tardó lo suyo en pasármelas. Pero sería injusto echarle la culpa de que parase de escribir, porque ni siquiera llegué a comenzar a preparar nunca ese artículo.

La principal razón fue que en ese viaje acabó de llenarse un vacío que tenía dentro desde hacía varios años, y, como un nene con zapatos nuevos, me dediqué a disfrutar todo lo que podía esa sensación. Después pasó por UK mi amigo Navas, el cual, por cierto, se casa dentro de nada, y ya le estamos empezando a preparar las putaditas de la despedida de soltero, jejeje…

La visita de mi amigo fue una que cogí con más ganas que otras, en parte debido a este nuevo estado de felicidad, en parte porque tenía ganas de ver a este hombre mezclarse con estos hoscos isleños (los cuales, por cierto, cada día me caen peor). La verdad es que pasé un buen finde, y aunque no conseguimos convencer a su Futura de adquirir una televisión de 42” para su salón (Tuti y yo hicimos lo que pudimos, Paquito), sí mereció la pena ver sus caras cuando les saqué de marcha y vieron lo estrafalarios y promiscuos que llegan a ser los guiris en su hábitat natural :-)

Por cierto, que no pongo fotos suyas porque el muy vago aún no me ha mandado nada. Que sepas Navas que el hermano de Lupo aún espera tus fotos. Aún le oigo, diciendo "¡¡Fraaaaan, esas fooootos!!".

Un par de semanas pasaron y llegó el momento de encontrarme cara a cara con la causa de mi alegría, y os puedo asegurar que fue una explosión de sensaciones que nunca había sentido (y no penséis mal, guarretes, que nos conocemos…)

Tan solo fue un fin de semana, pero sirvió para darme cuenta de muchos errores que cometí en el pasado, para darme cuenta de lo a gusto que se puede llegar a sentir alguien simplemente con una mirada, y para darme cuenta de que había recuperado una ilusión que desde hacía unos años hasta ese momento hubiera apostado que no volvería a tener.

Tras una semana de relax en Madrid, llegó el turno a mis padres de visitarme, otro paseo por Londres que hacía con especial ilusión, más de la que me esperaba también, aunque con una pizca de morriña por aquello que quedaba a muchos kilómetros de distancia.

A mis padres les encantó Londres, sobre todo porque se esperaban una ciudad mucho más industrial y gótica, no la mezcla de arquitecturas, olores, colores y estilo propio que es. Se clavaron pintas como no creía que se podían clavar, y, tras enseñarles la ciudad en un solo día (pedazo de récord), aproveché el domingo para llevarles a Cambridge, ciudad que también les encantó por esperársela más moderna. Eso sí, de la visita acabaron reventados los pobrecillos, creo que no volverán a hacer turismo conmigo en mucho tiempo…

Quizá a partir de este punto comenzaron a torcerse las cosas, primero dándome cuenta de que el curro no me aporta lo que me esperaba que me aportase a estas alturas, después entrando en una monotonía y rutina de la que solo me sacaba un teléfono al final de cada día, pasando por un viaje a Oslo en el que el único recuerdo que me llevé es un tremendo hostión que me pegué contra una tarima, y para acabar, una semana agotadora que hizo que las vacaciones del puente de mayo las cogiese a medio gas.

En esas vacaciones volví a compartir mi tiempo con una de las dos razones que hacían que no acabase de venirme abajo, y, aunque fueron unos días muy buenos, comenzó a aparecer una sombra dentro de mi que no me ha empezado a dejar hasta hace poco.

Desde que se acabó el puente, todo comenzó a salir mal, y pasé del estado de gracia que había estado en las últimas semanas, a desear que me tragase la tierra y me escupiese pasados unos meses, cuando me hubiera olvidado de todo. Pero uno se debe conocer a sí mismo, y yo no soy de los que esconde la cabeza cuando viene un problema. Si hay que llevarse unas cuantas hostias, pues te las llevas, pero para eso está el aguante, para levantarte una y otra vez y esperar al momento adecuado y definitivo en el que atizas tú y tumbas al problema.

El fin de semana fatídico fue el del 20 de mayo. Esa misma semana se largó mi segundo apoyo básico overseas, mi compañero de piso Borjita (que se fue a Lisboa a currar), el tío con el que mejor me llevaba de todos los Spaniards que estamos en Milton; y el domingo llegó lo que me llevaba temiendo un tiempo. Se acabó la época de dicha. Ahí la caída llegó a su tope, más duro no podía ser.

Antes he comentado que hay personas que son capaces de hacerte cambiar el estado de ánimo de modo que pases de construir un castillo de arena a dejarlo y cambiarlo por construir otra figura. Lo que resulta ser un golpe demoledor es que después de tener acabado tu castillo, llegue un puto crío o una maldita ola inevitable y te lo pisotee o te lo deshaga sin esperártelo.

Jode mucho cuando se rompe una ilusión, pero descubrí que la grandeza de cada uno está en darse cuenta de que tal vez el castillo no era todo lo consistente que debería, y que hay millones de playas para hacer miles de castillos más duros y más alejados del mar. Lo único que hace falta es un poco de ilusión y no romper nunca la pala ni el cubo.

Han hecho falta mis mejores años para que me diese cuenta que podía arreglar mi pala y mi cubo rotos, pero lo más importante, es que quien me ayudó a arreglarlos fue una persona a la que hace unos meses la empecé a llamar amiga, y ahora, después de haber sido algo más durante poco tiempo, no se irá nunca de dentro de mi. Gracias por devolverme eso, Guapa ;-)

Para levantar los ánimos, el viaje que teníamos planeado a Budapest los 4 de casa más el loco brasileño fue bastante bueno, sobre todo porque fuimos muy buena gente, y nos sirvió para despedirnos de Borja a lo grande, en una ciudad casi a la altura de Viena. Tuve mis momentos de bajón, pero para eso estaban ahí unos tíos que han pasado de ser compañeros de proyecto a ser amigos, para volver a sacarme a flote, igual que años ha hicieron otros dos a los que ahora considero casi como hermanos. Por cierto, y , a ver si os dignáis a actualizar vuestros blogs de una puta vez.

Desde entonces a esta parte, vuelvo a estar subiendo, aunque eso sí, ando con unas pocas agujetas y me está costando mi trabajo. Estoy hasta las pelotas de esta isla, de sus habitantes, de su clima, del trabajo, y de los bancos en general. Pero sé que el día menos pensado encontraré el motivo que me hace falta para dar otro golpe encima de la mesa y decir que aquí estoy yo. Hasta ese día, me entretendré degollando ingleses, jejeje.


Como decía Desmond Hume, "os veré en otra vida, hermanos". Tiembla mundo, que voy de nuevo…

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